Las sectas luguistas y la tentación terrenal
(Luis Agüero Wagner)
Lo último corrompido, ¿No es el principio de lo engendrado? (Giordano Bruno)
El escritor norteamericano Robert Penn Warren hace decir a un personaje en una de sus novelas que en la política, del mal debe engendrarse de alguna manera el bien porque es lo único que hay para engendrarlo. El novelista tuvo la suerte de poder escribirlo sin Inquisición por la fortuna de haber nacido en el siglo XX, que si lo hacía poco tiempo antes o después sin duda su obra hubiera ido a parar al Index expurgatorius.
La reflexión de Warren es la única esperanza que nos quedaría en las actuales circunstancias, en las que vemos a impolutos querubines del luguismo, que se llenan la boca hablando de cambio con líricas y ensoñadoras utopías - como Aníbal Carrillo, Camilo Soares y otros- enfrascados en una bochornosa guerra santa por el zoquete como si les asistiera como derecho divino alguna resolución emanada del Concilio de Trento, cuando en realidad lo que ofrecen no tiene nada que envidiar al espectáculo que podría disfrutarse en la interna de una sub-seccional colorada del bañado.
Este terrenal zoqueterismo revelado, a pesar de tanta inspiración santa, no impide que sigan defendiendo como un dogma de fe su teoría de auto predestinación para el poder y la propia infalibilidad en el lejano caso de acceder a algún cargo en el 2008. También evidencia que nuestros celestiales monaguillos están mucho más cerca de la línea marcada por la Congregación para la Doctrina de la Fe del cardenal Ratzinger, quien afirma que no existe salvación fuera de la propia iglesia, que la de la teología de la liberación. Prueba de ello es el trato que recibieron las sectas herejes en la difunta “Concertación” por parte de estos integristas adoradores del terrenal zoquete.
Es el mismo fundamentalismo de Ratzinger cuando en Dominus Jesús (2000) decía –según explica Leonardo Boff- que la Iglesia de Cristo subsiste solamente en la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación. Las demás no lo son pues sólo poseen elementos eclesiales, y la Iglesia Ortodoxa, tenida como una expresión de la catolicidad, fue rebajada a simple iglesia particular, algo parecido a lo acontecido con el movimiento de Fadul.
Una Iglesia se comporta como secta, según clásicos como Troeltsch y Weber, cuando tiene la pretensión absolutista de detentar ella sola la verdad, cuando se niega al diálogo, rechaza el trabajo ecuménico y manifiesta una creciente autofinalización. El concepto, como podrán notar los estimados lectores, encaja perfectamente en la forma de actuar de la mesa de presidentes de la Concertación que echó en gorra el acuerdo del 5 de Febrero.
Lo peor del caso es que no parecen estar conformes con imponer su candidato en forma arbitraria, sino que pretenden entronizarlo por la violencia, blandiendo la amenaza de la desobediencia civil y todo lo que ello implica.
El Papa Benedicto XVI desencadenó la ira islámica cuando en la universidad alemana de Ratisbona citó al emperador bizantino Manuel II quien afirmaba en el siglo XIV que Mahoma había traído de nuevo solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba. Se olvidó mencionar a su propio credo que en Paraguay pretende encender una yihad contra los infieles en la que se han envuelto algunos oportunistas huérfanos de líderes que han dado en mal llamarse Alianza patriótica.
Más o menos por la misma época que imperaba Manuel II en Constantinopla, se sucedían interminables debates que mantenían los griegos del Bajo Imperio sobre el sexo de los ángeles. La cosa no hubiese trascendido, de no ser porque el debate se produjo en un momento políticamente delicado: los turcos estaban a punto de conquistar Constantinopla y los eruditos de Bizancio, en lugar de dar prioridad a pensar en cómo defenderse de los enemigos, perdían el tiempo en discusiones angelicales. Es por ello por lo que la expresión “discusión bizantina” se utiliza hoy para ridiculizar las discusiones intrascendentes y ociosas como las que hoy mantienen nuestros opositores por la integración de sus listas, cediendo a la terrenal tentación del zoquete y dejando de lado los problemas verdaderamente trascendentes, reales y acuciantes de la inmensa mayoría de sus compatriotas.
Están en todo su derecho, es cierto, a discutir sobre lo que más le place, pero que no se quejen si el año que viene la custodia del Santo Sepulcro vuelve a quedar en manos de los infieles.
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