jueves, 5 de febrero de 2009

Fundamentalismo Religioso y Político en la arena política

LUIS AGÜERO WAGNER- El fundamentalismo religioso como herramienta política, desde el Papa Borgia al clérigo-presidente de Paraguay Fernando, ha sido una de las más nefastas vertientes del poder.
En su famosa obra “El Píncipe” Maquiavelo habla del rey católico Fernando de Aragón como un personaje que “alegando siempre el pretexto de la religión, recurrió a una devota crueldad para poder llevar a efecto sus mayores hazañas”.
Maquiavelo utiliza como paradigma de gobernante inescrupuloso al rey que financió los viajes de Cristóbal Cólon, quien a su vez e s considerado un antecesor de los políticos paraguayos del presente, dado que falsificó sus mapas, no sabía donde iba y viajaba por cuenta del gobierno. El mismo autor cuyo apellido acabó convertido en sinónimo de inescrupulosidad política no fue menos amable en la misma obra con el Papa Alejandro VI, quien generosamente regaló un continente a sus correligionarios de Castilla y Aragón: “Alejandro VI- escribió- siempre encontró medios para engañar a los hombres, y no hizo otra cosa. No existió nunca un hombre que con mayores juramentos afirmara una cosa, y al mismo tiempo sea el que menos los observara. Mostró cuanto puede prevalecer un Papa con el dinero y la Fuerza”.
No es el fundamentalismo religioso como herramienta política, por lo tanto, el único rasgo en común que podríamos señalar entre el Papa Borgia y el clérigo-presidente de Paraguay Fernando Lugo, quien también se ha encargado de hacer lo opuesto a lo prometido en su campaña proselitista en un altísimo porcentaje.
Realmente sería ingenuo a esta altura de la humanidad sostener que la religión y la política son asuntos separados en diferentes compartimientos, ambas coinciden en un punto, la estructura de la institución tanto eclesiástica como política depende del funcionamiento de una burocracia que implica jerarquías y privilegios para algunos. En estas últimas fechas la realidad ha demostrado que la religión católica y la política que se práctica en Paraguay guarda una relación casi perversa, desdibujándose así la línea entre lo espiritual y lo terrenal.
Estado e Iglesia, política y religión, poder y espíritu son cosas distintas, es cierto, pero suelen ir de la mano. Los reyes absolutistas eran en su época la máxima autoridad religiosa y política. La legitimidad de su poder terrenal derivaba del poder espiritual de Dios (sólo ante Él rendian cuentas). Y con ese mismo poder prohibieron la lectura de los libros del "Index", callaron a Galileo por decir que la Tierra era redonda, quemaron en la hoguera a Giordano Bruno y diseñaron las más ingeniosas torturas durante la Inquisición Española , además de masacrar a las civilizaciones de América en nombre de la "Evangelización".
Olvidando que no todos somos católicos, el estado paraguayo estuvo a punto de retroceder a su etapa confesional durante la última semana, cuando en su afán de no rendir cuentas al congreso, el máximo jerarca paraguayo de Itaipú, Carlos Mateo Balmelli, pretendió entregar 15 millones de dólares de la entidad para que sean administrados por el clero.
La tentación de refugiarse en lo corporativo apareció así en la política paraguaya nuevamente a la vuelta de la esquina, en el seno de un gobierno que aunque saludado como un avance “progresista”, retrotrajo a una sociedad ya de por sí conservadora a nefastas etapas oscurantistas de la historia.

GUERRA SANTA EN LA GUERRA FRÍA, PARADIGMA DE AMOR AL PRÓJIMO

La iglesia católica paraguaya no se distinguió en mucho de la prensa mediática, dado que por treinta años compartió honores y el poder que le confiere al clero un estado confesional, con el dictador Alfredo Stroessner. Las críticas esperaron nada más y nada menos que tres décadas para empezar a aflorar en los púlpitos y los documentos episcopales.

Muchos de estos celestiales predicadores del amor al prójimo dedicaban loas desde el altar al dictador de turno, y no tenían nada que envidiar al capellán Cristian Von Wernich, quien ayudaba a inmovilizar a los presos políticos mientras se les administraba la inyección letal.

Algunos ejemplos del documentado “Proceso de Reorganización Nacional” que se llevó adelante en la vecina Argentina, entre 1976 y 1983, son ilustrativos para dimensionar los piadosos espíritus de nuestros hombres de Dios.
El 23 de setiembre de 1975 el provicario argentino Victorio Bonamín dijo que veía a los militares golpistas purificados en el Jordán de la sangre para poder ponerse al frente de todo el país. Tres meses después, el 29 de diciembre, el reponsable del Vicariado Castrense , Obispo Adolfo ServandoTortolo, profetizó ante un auditorio de capitalistas que se avecinaba un proceso de purificación y describió un grandioso duelo entre el Bien y el Mal. Además de Vicario Castrense, Tortolo era presidente de la Conferencia Episcopal, en cuyas reuniones plenarias defendió el uso de la tortura con argumentos teológicos.
No podría asegurar se con certeza que estos amados pastores hayan sido bendecidos con el don de la profecía por el espíritu santo, pero lo cierto es que el glorioso advenimiento de Videla y su Junta se produjo, y en fecha prometida.
En 1995 el capitán de la Armada Adolfo Scilingo reveló que la jerarquía eclesiástica había aprobado los métodos bárbaros de ejecución de prisioneros y que los capellanes se encargaban de acallar con frases bíblicas los escrúpulos de los oficiales que dudaban de la legitimidad de las órdenes de asesinar a prisioneros indefensos. Según Scilingo, Tortolo aprobó el asesinato de prisioneros durante los vuelos sobre el mar, aduciendo que se trataba de una forma cristiana de muerte. Cuando la Conferencia de Superioras de las Ordenes Religiosas de Francia pidió a la Iglesia católica argentina que intercediera por las dos religiosas que fueron secuestradas junto con las Madres, el cardenal Primatesta respondió que esperamos que las acusaciones veladas o abiertas de connivencia de sacerdotes o religiosos con asociaciones o movimientos de tipo subversivo inaceptables para el cristiano, sean todas aclaradas, y que nadie haya sido culpable de semejante error criminal.
Cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitó la ESMA en 1979 no encontró ni rastro de los secuestrados. Con la ayuda de la Iglesia, la Armada los había escondido en la isla El silencio. No se conoce otro caso en el mundo de un campo de concentración en una propiedad eclesiástica.
En 1981, José Miguel Medina se hizo cargo del vicariato castrense argentino, y poco tardó en exteriorizar su apoyo incondicional a la dictadura militar. Ernesto Reynaldo Samán, un antiguo detenido político, declaró a la CONADEP que durante una misa en la cárcel de Villa Gorriti, Jujuy, Medina dijo que conocía lo que estaba pasando, pero que los militares estaban obrando bien y que debíamos comunicar todo lo que sabíamos, para lo cual él se ofrecía a recibir confesiones. También a Eulogia Cordero de Garnica le planteó su versión cuartelera del sacramento de la confesión: Me dijo que yo tenía que decir todo lo que sabía... y entonces iba a saber donde estaban mis hijos, que en algo habrán estado para que yo no supiera dónde estaban. A Carlos Alberto Melián, Medina le dijo que varios detenidos que fueron sacados una noche de sus celdas y de los que no volvió a saberse, habían sido juzgados y fusilados en Tucumán. Estamos en una guerra sucia, arguyó.
En diciembre de 1977 Videla pronunció una de sus más famosas frases ante periodistas extranjeros, cuando afirmó que los desaparecidos no están, no existen, están desaparecidos. El ex general Viola los llamó en 1979 ausentes para siempre. El ex general Galtieri dijo al año siguiente que el Ejército no daría explicaciones y el ministro del Interior, general Harguindeguy, se jactó de que los hombres de la dictadura sólo se confesaban ante su Dios .

INVENTARIO DE LA INFAMIA VATICANA

Marcinkus: el banquero de dios

En 1972 se produce un hecho decisivo: el cardenal Marcinkus vende la Banca Católica del Véneto al Banco Ambrosiano de Roberto Calvi sin consultar al obispado de la región, con tan mala suerte para todos que el obispo era el cardenal Albino Luciani, que llegaría a papa seis años después con el seudónimo de Juan Pablo I.

Cuando Luciani se entera, pide entrevistarse inmediatamente con Marcinkus y se produce un enfrentamiento brutal entre ambos, lo cual significa un enfrentamiento con la CIA, la mafia, la logia P2, gladio, la OTAN, en fin con todo el poder tan sólidamente establecido desde 1945.

Por su parte Luciani se da cuenta de que las cosas están mucho peor de lo que cabía imaginar, de que la corrupción ha gangrenado todo el dispositivo vaticano, enredándole en los más mezquinos asuntos que, por lo demás, están a punto de reventar.

Además, el secretario de Estado del Vaticano, Giovanni Benelli, el hombre de confianza de Pablo VI, le informa a Luciani de la existencia de un acuerdo secreto entre Roberto Calvi, Michele Sindona y Marcinkus para aprovechar el amplio margen de maniobra que tenía el Vaticano para realizar evasiones de impuestos y movimientos de divisas.

Pero ¿quién es exactamente Marcinkus?

Nacido el 15 de enero de 1922 cerca de Chicago, Paul Marcinkus se ordenó sacerdote en 1947 y fue adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores del Vaticano. En 1964 fue guardaespaldas del Papa Pablo VI, su consejero de seguridad y, sobre todo, confidente del secretario del Papa, Pasquale Macchi, miembro de la logia P2. Pablo VI le nombró obispo y luego secretario del Banco Vaticano.

Su mentor era John Patrick Cody, obispo de Chicago desde 1965. Cody había pasado un tiempo en Roma, trabajando en el Colegio Norteamericano y posteriormente en la Secretaría de Estado, convirtiéndose en un hombre muy próximo a Pío XII y al futuro Pablo VI.

De regreso a Estados Unidos a principios de los años setenta, Cody canalizaba la mayor parte de las inversiones del Vaticano en la bolsa estadounidense a través del Banco Illinois Continental, en Chicago. Cody y Marcinkus eran amigos y trabajaron estrechamente en estas transacciones bancarias. Cody desviaba los dólares de Chicago a Polonia vía Vaticano, lo que siempre fue muy apreciado por el papa polaco, que se convirtió en su más fiel valedor. En todas sus diócesis el obispo Cody desviaba los fondos a la cuenta de una amante, de manera que por donde pasó (las diócesis de Nueva Orleans y Kansas) dejó un reguero de estafas. En 1970 invirtió ilegalmente dos millones de dólares en acciones de Penn Central y sólo unos días más tarde la empresa quebró. En 1973 fue investigado por el FBI por su participación directa en el lavado de dinero de la mafia por el Banco Vaticano.

En enero de 1981 un Jurado Federal citó a Cody para comprobar sus archivos financieros pero el obispo rechazó la petición. En septiembre, el Chicago Sun Times publico una colección de graves crímenes cometidos por el obispo. En abril de 1982 murió y, con él, la investigación sobre sus crimenes.

Sindona le presentó a Calvi a Marcinkus en 1971, entablando relaciones muy estrechas entre los tres. Una de las ramificaciones de Banco Ambrosiano en Nassau tiene a Marcinkus en su Consejo de Administración. A comienzos de 1980 el Vaticano tuvo que prohibir expresamente que Marcinkus y los cardenales Giuseppe Caprio y Segio Guerri declararan a favor de Sindona, que estaba siendo juzgado en Estados Unidos por estafa, conspiración y malversación de fondos relacionados con la quiebra del Franklin National Bank.

Marcinkus decidió comprar acciones a grandes multinacionales como Coca Cola, IMB o ITT y revenderlas en bolsa con beneficios pero para hacer más fructíferas esas inversiones, recurrieron a falsificaciones de la mafia norteamericana. Sin embargo, los duplicados fueron tan malos que no lograron convencer a ningún comprador.

Marcinkus nunca fue a la cárcel gracias a la protección diplomática del Vaticano. El secretario de Estado, Henry Kissinger, estaba a punto de solicitar la extradición de Marcinkus cuando estalló el escándalo Watergate. Ni siquiera fue removido de sus cargos. Es más, Wojtyla le ascendió: era un hombre muy agradecido y sabía devolver los favores.
Juan Pablo I: envenenado en 1978
Desde el primer tropiezo de Luciani con Marcinkus en 1972 hasta su elección como papa en 1978, transcurren sólo seis años. El 27 de agosto de 1978, gracias al trabajo entre bastidores realizado por Bennelli, más del 80 por ciento de los votos de los cardenales se inclinan a favor de Luciani, lo que provoca la indignación de los cardenales más reaccionarios, vinculados al imperialismo estadounidense, la mafia y el lavado de dinero, que se habían quedado en minoría en la defensa de su hombre fuerte, el polaco Karol Wojtyla. El secretario de Estado del Vaticano Jean Villot, un operador de Washington y de la mafia financiera en la Santa Sede, declaraba públicamente antes del ascenso de Luciani: He encontrado al futuro papa: será el cardenal Wojtyla.

Se quivocó. Nada más acceder a la cúspide de la Iglesia, el nuevo papa Juan Pablo I decide destituir a Marcinkus: otro golpe a la mafia y a los imperialistas de la Casa Blanca. Todo esto sonaba a depuración, a saneamiento de la cloacas y, ante ello, en Washington se echan a temblar. Luciani chocaba con los intereses enquistados en la cúpula del Vaticano, de los cuales se valía Washington para consolidar su alianza con la Iglesia Católica. Existía el riesgo de que las sólidas conexiones financieras y políticas de la mafia italo-norteamericana en el Vaticano quedaran cortadas de raíz .

Bajo la batuta del arzobispo genovés Giussepe Siri, la Casa Blanca había recorrido los pasillos intrigando para imponer a su candidato, el polaco Karol Wojtyla, y siguieron conspirando tras la fumata blanca para derribar a Luciani, que se disponía a revisar la estructura de la Curia, corroída por los servicios de inteligencia estadounidenses asentados en Roma. Según relata Camilo Bassoto, periodista veneciano y amigo personal de Juan Pablo I, Luciani pensaba tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia.

Luciani sólo duró 33 días en su pontificado, los suficientes para dar lugar a una conspiración contra su vida. Se convirtió inmediatamente en el hombre que debía morir. El 28 de septiembre de 1978 Juan Pablo I firmó el relevo de Marcinkus como jefe del Banco Vaticano por el cardenal Abbo. A las 6'45 de la mañana del día siguiente apareció muerto en su cama. En ese momento Marcinkus se encontraba en el patio cercano al Banco del Vaticano pero su residencia no estaba dentro de Vaticano sino a 20 minutos de allí. Su presencia en el Vaticano a aquella hora nunca ha sido explicada porque no era precisamente muy madrugador.

Todo parece indicar que utilizaron una dosis extremadamente fuerte de un vasodilatador, Effortil o Cortiplex. Le encontraron muerto con papeles sobre las destituciones que iba a efectuar e informes sobre actividades de la Banca Vaticana dispersos encima de la colcha y por el suelo. Su muerte no fue pues instantánea, ni estando dormido. Cuando llamaron al siniestro cardenal Villot, se apoderó inmediatamente de todos los papeles antes de interesarse por el difunto papa. Luciani tenía siempre junto a su cama un frasco de Efortil, medicamento que le regulaba la baja tensión arterial: Villot lo hizo retirar inmediatamente.

23 días antes de su fallecimiento, Luciani había tomado té en el Vaticano con el metropolitano Nikodim, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa de Petersburgo. Por cortesía, esperó a que el patriarca ruso empezase a beber antes que él y, cuando iba a llevar sus labios a la taza, vio cómo el patriarca se desplomó muerto. Nadie analizó el té. ¿Intentaron asesinar a Juan Pablo I y el sirviente confundió las tazas? La Iglesia católica contabiliza ya 40 asesinatos pontificios, muchos de ellos por envenenamiento...

Tras la muerte de Luciani, en su condición de secretario de Estado, Villot tomó las riendas del Vaticano y su conducta sospechosa atrajo enseguida la atención de la prensa, que reclamó una autopsia. Villot se negó también. Murió sólo seis meses después del papa...

Era el comienzo de un sangriento rosario de cadáveres:

— el 29 de enero de 1979 fue asesinado el magistrado de Milán Alessandrini, que investigaba el caso de Banco Ambrosiano

— en marzo de 1979 fue asesinado un periodista que estaba investigando los negocios de Sindona y la conexión vaticana con el narcotráfico y la mafia

— el 11 de julio de 1979 fue asesinado Giorgo Ambrosoli poco después de que declarara sobre los vínculos que mantenía Sindona con el Banco Ambrosiano de Milán dirigido por Roberto Calvi, así como con Marcinkus y la logia P2. Ambrosoli era un abogado que había investigado a Sindona durante 5 años acumulando numerosas pruebas en su contra

— pocos días después fue asesinado el teniente coronel Antonio Varisco, jefe de Seguridad de Roma que había interrogado a Ambrosioli

— en octubre de ese año explota una bomba en el apartamento de Enrico Cuccia, director de Mediobanca que había declarado oír a Sindona amenazar de muerte a Giorgio Ambrosoli

— en mayo de 1980 Sindona intenta suicidarse en la cárcel y en junio es condenado a 25 años de prisión

— Roberto Calvi intenta suicidarse en la cárcel, a donde va a parar acusado de estafa; la Banca Vaticana asume la deuda de más de 1.000 millones de dólares que habían contraído varios Bancos controlados por Calvi

— en abril de 1982 intentan asesinar a Roberto Rosone, director general del Banco Ambrosiano que estaba intentando limpiarlo

— el 18 de junio de 1982 Roberto Calvi se ahorca en el puente Blackfriars de Londes y días más tarde se descubre un agujero de 1.300 millones de dólares en el Banco Ambrosiano de Milán

— en octubre de 1982 Giuseppe Dellacha, ejecutivo del Banco Ambrosiano, se cae por una ventana del Banco

— a finales de 1983 Michele Sindona es encontrado muerto, envenenado, en la cárcel de máxima seguridad italiana de Voghera, a donde había sido extraditado desde Nueva York

El magnicidio de Luciani fue preparado por la CIA para poner en su lugar al papa polaco con el que pensaban atacar a los países del este de Europa. Fue el inicio del desmantelamiento del telón de acero. El papa fue envenenado el 28 de septiembre de 1978. Fue el segundo papado más breve de la historia desde León XI, quien murió en abril de 1605, menos de un mes después de su elección.

El papado de Wojtyla se creó, pues, gracias al asesinato de su antecesor. La santa mafia se había liberado de la depuración y ya tenía a uno de los suyos en lo más alto. A su vez, Wojtyla sería objeto de un intento de asesinato tres años después... En Roma había más crímenes que en los peores años de Chicago.

Declaraciones públicas de personajes clave desmintieron la versión oficial sobre el súbito deceso de Luciani. Tras su muerte, la teoría del envenenamiento de Juan Pablo I comenzó a circular por los pasillos del Vaticano. Los rumores casi se transformaron en evidencia al negarse Jean Villot, secretario de Estado del Vaticano, a realizar la autopsia al cadáver del papa Luciani: Debo reconocer con cierta tristeza que la versión oficial entregada por el Vaticano despierta muchas dudas, señaló el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider a The Time el 29 de septiembre de 1998.

El investigador británico David A. Yallop en su libro En el nombre del Padre habla claramente de asesinato. Los hermanos Gusso, camareros pontificios y hombres de la confianza del Papa Luciani, fueron destituidos unos días antes de su fallecimiento, a pesar de la oposición del secretario papal, Diego Lorenzo. El obispo irlandés John Magree, que había sido secretario privado de Luciani, negó que él hubiese encontrado el cadáver del papa muerto sino Vicenza, una de las monjas que lo atendían. Días antes de su muerte, un médico vaticano advirtió al papa que tenía el corazón destrozado. John Cornwell en su libro A thief in the night (Un ladrón en la noche: la muerte del papa Juan Pablo I) asevera que nadie en el Vaticano se preocupó de la enfermedad de Luciani.

Tras las primeras depuraciones, la Casa Blanca había amenazado a Luciani claramente. Por eso, desde el momento en que accedió al poder, Juan Pablo I realizó obsesivas predicciones a sus colaboradores más fieles de que su papado sería corto. El irlandés John Magree recuerda que estaba constantemente hablando de la muerte, siempre recordándonos que su pontificado iba a durar poco. Siempre diciendo que le iba a suceder el extranjero. El extranjero era el polaco Wojtyla. El propio Magree, amigo del todopoderoso cardenal Marcinkus, cuenta que, poco antes de morir, el papa le dijo: Yo me marcharé y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina en frente de mí, ocupará mi lugar. Fue el propio Wojtyla, ya convertido en Juan Pablo II, quién confirmó a Magree que, en el momento de la elección papal, él se encontraba casi de frente a Luciani.

Desde Florencia las palabras del cardenal Benelli en conferencia de prensa resonaron terroríficas: La Iglesia ha perdido al hombre adecuado para el momento adecuado. Estamos muy afligidos. Nos hemos quedado atemorizados. El pánico se había adueñado de la Curia; todos tenían miedo y nadie se atrevía a hablar de lo que pensaban.

El general del ejército estadounidense y antiguo subdirector de la CIA, Vernon Walters, contó en un libro de memorias escrito poco antes de morir, que fue quizá él quien ayudó al Espíritu Santo en la elección de Wojtyla, y puede que colaborase en la muerte del papa Luciani.

¿Que seudónimo clandestino utilizaba Gelli para presentarse? Según la esposa de Calvi se llamaba a sí mismo por el sobrenombre de Luciani...

Ya papa, Wojtyla se negó a que funcionarios de la Banca Vaticana sospechosas del envenenamiento de Luciani prestasen declaración,ante los jueces italianos e incluso destruyó pruebas.

El asesinato de Luciani se produjo, pues, en un contexto internacional clave:

— en plena etapa final de la guerra fría desatada por Washington contra los países del Pacto de Varsovia.

— en Italia estaba en auge la posibilidad de una alianza de la democracia cristiana con los revisionistas del PCI a la que se oponía Estados Unidos, la OTAN y sus sucursales sobre el terreno: los servicios secretos, Gladio, la logia P2, la mafia y los fascistas.

— en Latinoamérica la teología de la liberación, nacida al calor del Concilio Vaticano II, se había convertido en un problema para las oligarquías locales y el imperialismo norteamericano, empeñado a fondo en los golpes de Estado fascistas (Chile, Argentina, Uruguay) y en los escuadrones de la muerte para contener la revolución.

En América Latina, las dictaduras militares desarrollaban su guerra antisubversiva de la mano de las altas jerarquías católicas, imbuidas de la Doctrina de Seguridad Nacional que santificaba las andanzas represivas de las dictaduras fascistas nacidas por golpes de Estado militares.

Toda esa política del Vaticano fue avalada y consentida por Juan Pablo II, quien se prestó al exterminio militar del comunismo ateo en Europa del este y en América Latina. En esa persecución feroz fueron asesinados, entre otros, monseñor Óscar Romero en 1980 e Ignacio Ellacuría en 1989, éste junto a otros cinco jesuítas de la Universidad Centroamericana y dos mujeres.

El polaco Wojtyla era el hombre del imperialismo estadounidense en el Vaticano, el de la logia P2, de la mafia y de Gladio. Marcinkus volvió a su puesto al frente del Banco Vaticano y comenzó a desviar ilegalmente millones de dólares del Banco, vía Banca Ambrosiana, a la financiación del sindicato polaco Solidaridad y los grupos nazis operativos tras el telón de acero.

El 28 de septiembre de 1981, aniversario del asesinato de Luciani, Wojtyla ascendió a Marcinkus a arzobispo y presidente de la Comisión Pontifical del Vaticano, un cargo de gobernador del Estado teocrático y, naturalmente, conservó su puesto como jefe del Banco Vaticano.

Ante las dificultades financieras causadas por la quiebra del Banco Ambrosiano, el papa se puso en las manos del Opus Dei con sus conexiones en Estados Unidos y España: Continental Illinois Bank, Banco Popular Español, Esfina, Banco Atlas, Bankunión, Fundación General Mediterránea, Rumasa, entre otros. Por eso en octubre de 1982 una de las primeras medidas del gobierno socialista de Felipe González, recién llegado al gobierno en España, fue la expropiación de Rumasa.

Wojtyla y la CIA

El ascenso de Wojtyla al papado se decidió en la década de los setenta del pasado siglo en la Casa Blanca y en los sectores monopolistas más influyentes de Estados Unidos. Con la ayuda de una profesora universitaria bien conectada, Wojtyla se había introducido en los círculos próximos al poder de Washington a través del cardenal de Filadelfia, Krol y del renombrado político Zbigniew Brzezinski, ambos de ascendencia polaca.

El otro brazo decisivo en la conexión de Juan Pablo II con Washington fue su secretario privado, el arzobispo polaco Stanislaw Dziwisz, también muy ligado a Brzezinski durante la administración Carter a fines de los 70 como consejero de seguridad. Una vez nombrado papa, Wojtyla se entrevistó con Brzezinski en junio de 1980.

Brzezinski era un personaje de los equipos de estrategia norteamericanos y estaba ligado intelectualmente a Henry Kissinger. Preconizaba una teoría para debilitar y acorralar militarmente a la Unión Soviética (tesis que siguió desarrollando tras la caída de la URSS) que sostenía que la mejor manera era la desestabilización de sus regiones fronterizas y la penetración ideológica, principalmente a través de la fe católica, postergada desde la llegada del socialismo en Polonia.

En ese tablero estratégico encajaba perfectamente el ascenso de un anticomunista feroz como Wojtyla a la jefatura del Vaticano que Brzezinski y Kissinger, en alianza con el Opus Dei operaron en Washington.

Cuando poco después, en enero de 1981, Reagan asumió la presidencia de Estados Unidos, la conexión entre el Vaticano y la Casa Blanca se haría todavía más estrecha, cuando el ex actor designó entre sus representantes de política exterior a católicos militantes del Opus Dei, en una estrategia para aproximarse al estado mayor que controlaba la política del Vaticano.

Vernon Walters cuenta que el presidente decidió enviarlo como embajador itinerante de Washington para conseguir el apoyo del Papa al programa armamentista denominado Iniciativa de Defensa Estratégica popularmente conocido como Guerra de las Galáxias. Hablando de su misión dice Walters: Me gustaría pensar que esto tuvo algún éxito. El no criticó nuestros programas de defensa y esto era todo lo que queríamos.

Por su parte, Richard Allen, que fue consejero de seguridad del presidente Reagan, afirmó que la relación de Reagan con el Vaticano fue una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos.

Reagan mantuvo a Brzezinski como asesor para Polonia, lo cual implicaba un trato directo con el siniestro papa polaco.

Reagan y el papa dosificaron hábilmente sus declaraciones y estrategias para desarmar a los soviéticos en el caso polaco. En 1981, en plena huelga de Solidaridad y con las tropas soviéticas concentrándose en la frontera polaca (de lo cual la CIA informó al papa), el Vaticano difundió el rumor de que si la URSS invadiera Polonia, el papa viajaría a su país natal.

En una reunión entre Wojtyla y el embajador soviético en Roma, Moscú se comprometió a no intervenir en seis meses si el Vaticano frenaba los preparativos insurreccionales en Polonia.

La intervención vaticana fue decisiva en el desmembramiento de la antigua Yugoeslavia, esta vez de la mano de los imperialistas alemanes y provocando una guerra en los Balcanes, cuyos efectos aún no han cesado. La guerra se inició por parte de los grupos católicos independentistas en Eslovenia y Croacia apoyados por Alemania y el Vaticano, que desataron la limpieza étnica frente a los ortodoxos serbios y los musulmanes bosnios. Con el mayor descaro luego trasladaron las responsabilidades a Milosevic y a los serbios para justificar sus propios crímenes. El Papa polaco avaló con su silencio los feroces bombardeos y la invasión a Yugoslavia, punta de lanza de la conquista de los mercados de Europa del Este, lanzada por la administración Clinton al principio de los 90.

En septiembre de 1983 el Senado estadunidense revocó el edicto que en 1867 cerró la misión diplomática en los Estados Pontificios, abriendo la vía a una nueva etapa porque, como decían los imperialistas, la Santa Sede posee una gran influencia en el escenario de la diplomacia mundial. Rompiendo con la tradición política de 200 años, Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano. Desde 1775 la Norteamérica protestante celebraba anualmente el Día del Papa el 5 de noviembre durante la cual la imagen del Papa se quemaba ceremonialmente en la hoguera en medio del jolgorio popular.

Reagan buscó, de manera abierta y encubierta a la vez, forjar unos vínculos estrechos con el papa y el Vaticano. Nombró a católicos para los puestos más importantes de la política exterior: William Casey (director de la CIA), Vernon Walters (embajador extraordinario del presidente), Alexander Haig (secretario de estado), Richard Allen y William Clark (asesores de seguridad). También nombró a William A. Wilson como primer embajador, no ante el Estado del Vaticano, sino ante la Santa Sede. De este modo un país que había defendido siempre el principio democrático de separación iglesia-estado claudicaba ante el Vaticano para defender conjuntamente sus mutuos intereses imperialistas.

El segundo embajador de Reagan, Frank Shakespeare, afirmó que entendía su función como un intercambio de información entre el Vaticano y el gobierno de su país, y añadió: El conocimiento y los intereses de la Santa Sede cubren un amplio espectro, y en muchos casos sobrepasan al conocimiento y los intereses de Estados Unidos, por ejemplo, en áreas tales como las Filipinas, las Américas, Polonia, Chescoslovaquia, Europa oriental, la Unión Soviética, el Medio Oriente y África. Cada viernes por la noche, el jefe del cuartel de la CIA en Roma llevaba al palacio papal los últimos secretos obtenidos con satélites espías y las escuchas electrónicas por los agentes de campo de la CIA. Ningún otro dirigente en el extranjero tenía acceso a la información que el papa recibía puntualmente.

La diplomacia papal, centro de una burocracia vaticana muy centralizada, se involucró en los más negros acontecimientos internacionales, como había hecho a lo largo de sus 500 años de sanguinaria historia de masacre, destrucción y muerte... y negocio

Wojtyla, por su parte, apoyó la instalación por parte de la OTAN de nuevos misiles en Europa occidental. Cuando la Academia de las Ciencias vaticana preparó un informe muy crítico con la Iniciativa de Defensa Estratégica de Reagan (la Guerra de las Galaxias), el papa, atendiendo a los requerimientos de Vernon Walters, el entonces vicepresidente Bush y el propio Reagan, echó atrás el informe.
Mindszenty: un cardenal contrarrevolucionario
El 23 de octubre de 2006 el papa Ratzinger envió a Bucarest como representante personal al cardenal Angelo Sodano para celebrar el 50 aniversario del levantamiento contrarrevolucionario de 1956. En la infinita desfachatez que caracteriza a la teocracia vaticana, Ratzinger emitía un comunicado defendiendo nada menos que el derecho de autodeterminación. Naturalmente se trataba del derecho a la autodeterminación de Hungría frente a la Unión Soviética en 1956.

Sería simple poner de manifiesto el doble juego del Vaticano aduciendo idénticos derechos para vascos, catalanes y gallegos, así que lo complicaremos un poco más remontando el reloj de la historia.

El papa nazi Pío XII era el Jefe del Estado vaticano que promovió la contrarrevolución de 1956 y por eso Ratzinger recordó en su mensaje que Pío XII se dirigió públicamente cuatro veces al pueblo húngaro durante el levantamiento, dándoles ánimos y defendiendo su derecho a la autodeterninación.

El golpe contrarrevolucionario de 1956 fue organizado por la CIA con el inestimable apoyo del cardenal católico Mindszenty, que salió como un héroe de aquel levantamiento, seguido por sus huestes católicas. Durante décadas fue portada de todas las revistas gráficas occidentales por su valiente comportamiento frente al terror comunista.

Pero coincidiendo con el aniversario del levantamiento de 1956, se produjo otro levantamiento en el otoño de 2006, muy pocos días antes de la llegada del nuncio papal. Como es bien conocido, el Vaticano nunca ha sido proclive a soliviantar los ánimos. No obstante, quedó claro que eso sólo ocurre cuando los ánimos son los de las masas populares: del levantamiento que se estaba produciendo contra las nuevas autoridades democráticas de Hungría Ratzinger no dijo nada en su comunicado; a él sólo le interesaba el de 1956. La autodeterminación ya no existía.

Pero, ¿quién fue el cardenal Mindszenty? Su verdadero nombre era Joseph Pehm y era de nacionalidad alemana. Fue uno de aquellos curas católicos alemanes con los que el Vaticano inundó los países del viejo Imperio Austro-Húngaro tras su desintegración en 1919.

Tras la I Guerra Mundial el Vaticano no aceptó la disgregación de los imperios centrales y toda su diplomacia estuvo siempre encaminada a su reconstrucción. Por tanto, la teocracia católica fue el máximo enemigo del derecho de autodeterminación del que ahora se pretenden hacer pasar como valedores. El apoyo del Vaticano al III Reich formaba parte de su intento de reconstrucción imperialista de Europa y de aniquilación de las pequeñas nacionalidades sometidas de Europa central.

Ordenado sacerdote a comienzos de la I Guerra Mundial, Mindszenty (1892-1975) ya estuvo detenido durante la fallida revolución húngara de 1919. Luego fue obispo de Veszprém (1944) y arzobispo de Esztergom (1945) y finalmente Pío XII le nombró cardenal el 18 de febrero de 1946.

Además de monárquico y antisemita, había sido un horthysta furibundo. Decir horthysta en Hungría es como decir franquista en España. Tras la derrota nazi y la revolución en la posguerra, se enfrentó a la República Popular a causa de la nacionalización de las escuelas de la Iglesia católica y fue detenido en diciembre de 1948. Luego fue procesado en febrero de 1949 y condenado a cadena perpetua por alta traición, espionaje, amenaza a la seguridad del Estado y tráfico de divisas.

La condena incluía trabajos forzados y la confiscación de sus bienes, pero permaneció bajo arresto domiciliario de julio de 1955 a octubre de 1956. Liberado el 30 de octubre de 1956 por la contrarrevolución, volvió a ejercer brevemente sus funciones pero tuvo que refugiarse en la embajada de Estados Unidos, donde vivió hasta 1971, año en el que fue amnistiado por el Consejo presidencial, tras un acuerdo firmado por Hungría con el Vaticano en 1964.

En 1971 salió para Roma, pero la furia anticomunista del cardenal era algo ya patológico y el mismo Papa tuvo que aconsejarle que se largara a Viena para no comprometer a la Iglesia con sus públicos estallidos de cólera. Allí se retiró hasta el final de su vida en el Pazmaneum, un seminario de sacerdotes húngaros.

Tras la caída del bloque socialista el 10 de febrero de 1990, L'Osservatore Romano anunció oficialmente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y la República de Hungría.

El 8 de febrero de 1999, al cumplirse exactamente el 50 aniversario de la condena a perpetuidad del cardenal, Juan Pablo II recibía las cartas credenciales del nuevo embajador húngaro ante la Santa Sede y aprovechaba la solemne ocasión para rendir homenaje al óptimo Pastor que supo defender la libertad del pueblo, así como reivindicar los derechos sagrados de la religión católica: Recuerdo con emoción la figura del Cardenal Josef Mindszenty, que sigue siendo para todos vuestros compatriotas un defensor de la fe y de la libertad del pueblo. Conocemos muy bien los méritos de este óptimo Pastor; conocemos su tenacidad y la pureza de su fe; conocemos su fe apostólica para tutelar la integridad de la doctrina cristiana y en la reivindicación de los sagrados derechos de la Religión.

Los medios de propaganda imperialista divulgaron su libro, las Memorias del Cardenal Mártir que en España distribuyó la Editorial Luis Caralt de Barcelona. También Hollywood rodó una película, The Prisoner, para recordar su encarcelamiento. De ella dijo el propio cardenal que, pese a las buenas intenciones de su realizador, Bridget Roland, lo único que tiene en común con los acontecimientos húngaros es lo aparición en escena de un cardenal.
Los católicos en el imperio de los protestantes

Durante la guerra fría, hasta que murió en 1958, el mandato de Pio XII se caracterizó por el respaldo fanático que dio a la guerra fría contra la URSS.

La Iglesia Católica se convirtió en el grupo de presión religioso más poderoso de Estados Unidos. En 1945 el catolicismo se erigió como la primera religión por el número de miembros en treinta y ocho de las cincuenta ciudades norteamericanas más grandes. Para triunfar en el mundo había que ponerse siempre al servicio de los más poderosos y en 1945 ese papel le correspondía a Estados Unidos.

El hombre que dio impulso político a los católicos norteamericanos fue el sacerdote Hecker, quien sostuvo que a fin de progresar en Estados Unidos, la Iglesia Católica debía hacerse norteamericana. Esto dio lugar una manera peculiar de catolicismo conocida como catolicismo norteamericano, que primero fue desairado por el Vaticano luego tolerado, y finalmente alentado en la forma en la que se levanta hoy.

Durante la II Guerra Mundial la Iglesia Católica construyó un ejército católico de capellanes, que, desde unos escasos 60 antes de Pearl Harbor, subió a 4.300 en 1945. Monseñor Spellman fue designado Vicario Militar del Ejército y Capellanes de la Armada ya en 1940.

Para lograr sus objetivos la jerarquía católica utilizó la Conferencia Nacional Católica de Bienestar, cuyo primer gran ataque organizado contra el comunismo se lanzó en 1937, cuando su Departamento Social hizo un detallado estudio del movimiento comunista en Estados Unidos, seguido por la creación en cada diócesis de un comité de sacerdotes para seguir el progreso de los comunistas e informar de todo ello a la Conferencia Nacional Católica de Bienestar. Las escuelas católicas, los obreros católicos, profesores, etc., tenían que delatar cualquier actividad de los comunistas y se les mantenía abastecidos con panfletos anticomunistas, libros y películas, mientras los sacerdotes eran enviados a la Universidad Católica de Washington para hacerlos expertos en ciencias sociales. La prensa católica se inundó de propaganda y artículos anticomunistas, mientras se alertaba continuamente a los obreros y a los estudiantes católicos para que no cooperaran con los comunistas.

Esta campaña no era sólo teórica, sino que entró en la esfera sindical. En 1937 el cardenal Hayes creó en Nueva York una organización especial para combatir el comunismo entre los obreros, así como la Asociación de Sindicalistas Católicos para llevar la guerra católica a los sindicatos. Además de esta Asociación había muchas otras dedicadas a la misma tarea, como la Alianza Católica Conservadora del Trabajo y el Grupo de Trabajadores Pacifistas Católicos.
La oscura historia del padre Coughlin
Cuando en 1933 alcanzaron el poder, los nazis crearon redes de infiltración por todos los países del mundo. En Estados Unidos crearon varias organizaciones y apoyaron a las que ya existían.

Pero los servicios secretos alemanes detectaron que no existía un dirigente con carisma para sus necesidades. En 1937 uno de los candidatos a dirigir a los nazis en Estados Unidos fue el sacerdote católico Charles E. Coughlin, dirigente de la organización fascista denominada Frente Cristiano que hacía propaganda a favor del III Reich en Royal Oak, Michigan.

La carrera fascista del padre Coughlin comenzó en la década de los años 20 con un programa por la emisora local de radio de Detroit. Durante la depresión (1929) se convirtió en el portavoz del incipiente movimiento fascista de Estados Unidos y dirigente de la Unión Democrática por la Justicia Social. Admirador confeso de la Alemania hitleriana, su política antiobrera y racista fue apoyada por altos círculos capitalistas y católicos.

En 1938 el Frente Cristiano tenía 200.000 afiliados. Al año siguiente, su revista, La Justicia Social, era seguida por un millón de lectores y, además, el sacerdote tenía programas de radio semanales con más de 47 estaciones y 4.000.000 de oyentes. La prensa imperialista daba amplia cobertura a la bazofia racista del cura: por ejemplo, el 28 de noviembre de 1938 el New York Times publicó en primera plana un artículo de corte antisemita escrito por Coughlin.

El Frente cristiano, el Bund germano-americano, el Christian Mobilizers, los Camisas de plata y otros, se manifiestaban por las calles de Nueva York, Boston, Filadelfia, Cleveland, Akron y otras ciudades, agrediendo a mujeres y hombres al más puro estilo de las camisas pardas en Alemania.

El 13 de enero de 1940 el FBI detuvo a 17 miembros del Frente que planeaban asesinar a un docena de diputados, así como a judíos, y asaltar 16 oficinas de Correos, almacenes y armerías de Nueva York. Sus municiones habían sido robadas a la Guardia Nacional. Reconocieron que Coughlin era su máximo dirigente. Como el juicio fue amañado, todos fueron absueltos.

Pero la organización de Coughlin nunca logró convertirse en el movimiento de masas que los hitlerianos pretendían para Estados Unidos.

Uno de los contactos de Coughlin era Anastase Andreievitch Vonsiatsky, antiguo funcionario zarista que tras la Revolución de Octubre en 1917 pasó a vivir en Thompsen, Connecticut. En 1933 Vonsiatsky fundó el Partido Nacionalista Revolucionario Ruso cuyo emblema era la esvástica nazi. El cura y Vonsiastsky conspiraron con el III Reich para provocar un golpe de Estado fascista en Estados Unidos...
La legión de la decencia
En vista de la inmensa importancia que el cine se ha asegurado en la sociedad moderna, una de las metas primordales de la Iglesia Católica norteamericana ha sido la de controlar una industria cuyo poder para influir en las masas es inigualable.

Pío XI escribió una encíclica sobre el asunto, Vigilante Cura, publicada en 1936. Habiendo comprendido el poder de las películas para influir en los millones la jerarquía católica norteamericana decidió intervenir, porque como expresó Pío XI, la cinematografía con su propaganda directa asume una posición de influencia imponente.

El deber de los católicos era boicotear las películas, los individuos y las organizaciones que no se ajustaran a los principios de la Iglesia. La Legión para la Decencia fue calurosamente alabada por el mismo Papa: Debido a su vigilancia y debido a la presión que se ha efectuado sobre la opinión pública, la cinematografía ha mostrado mejoras (Vigilante Cura).

En 1927 la presión era tan intolerable que ciertos productores sometían los guiones a la Conferencia Nacional Católica de Bienestar para la aprobación de mensajes y escenas antes de empezar el rodaje.

La Legión para la Decencia asumió ese nombre en 1930. Ese mismo año redactaron el Código de Producción, que los jesuitas Daniel A. Lord y Martin Quigley presentaron a la Asociación de Productores de Cinematográficos. El Código estaba destinado a aconsejar a los productores qué filmar y qué no filmar, a advertir lo que la Iglesia Católica aprobaría y lo que boicotearía.

En algunas ocasiones la Legión para la Decencia, al condenar ciertas películas antes o durante la producción, causó importantes pérdidas a las productoras cinematográficas y a los actores. Esto ocurrió cuando la Iglesia Católica a través de la Legión para la Decencia, condenó la película Forever Amber, que había costado cuatro millones de dólares.

Siguiendo esta evaluación negativa de la Legión, numerosos obispos en todos los Estados denunciaron la película y, como informó la revista Variety en diciembre de 1947, algunos exhibidores solicitaron rescindir sus contratos. Después de ganar más de 200.000 dólares en la primera quincena de exhibición, los ingresos de la película cayeron considerablemente, debido a la censura. La 20th Century Fox Company tuvo que apelar a la jerarquía católica de Estados Unidos que impuso condiciones, supuestamente para preservar la moral católica. La compañía tuvo que someterse a los cambios impuestos por la Legión para la Decencia a fin de quitar a la película de la lista de condenadas. La productora no sólo tuvo que apelar al Tribunal católico para que revisara la decisión según los criterios católicos, sino que, además, el presidente de la corporación, Spyros Skoura, tuvo que pedir disculpas por las primeras declaraciones de ejecutivos de Fox criticando a la Legión por condenar el film.

Así una gran multinacional cinematográfica tuvo que someterse a un tribunal establecido por la Iglesia Católica, situándose por encima de los tribunales de Estados Unidos, juzgando, condenando y estipulando, no según las leyes del país, sino según los principios de una Iglesia que, gracias al poder de sus organizaciones, puede imponer sus criterios y, por consiguiente, indirectamente, influenciar a la población no católica.

El caso de la Fox no fue el único. Hubo otros no menos notables. Para citar un caso similar: durante este mismo período la compañía Loew reiteró el despojo hollywoodense de los diez escritores, directores y productores comunistas prohibiendo la película más brillante de Chaplin, Monsieur Verdoux, en sus 225 cines de Estados Unidos después de una protesta de los Veteranos de Guerra católicos porque el trasfondo de Chaplin es antinorteamericano y porque él no ama a los Estados Unidos de América. Poco antes, la Legión Católica para la Decencia forzó la suspensión temporal de The Black Narcissus, una película británica que reflexionaba sobre las monjas católicas.

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